Unos levantaron una obra monumental en tiempo récord, otros quedaron reducidos a escombros en un santiamén. Dos noticias diferentes, lejanas geográficamente, en apariencia sin relación alguna, nos recuerdan las bases sobre las que se ha erigido el progreso galopante de dos países del Lejano Oriente Asiático que figuran dentro de la selecta lista de las grandes potencias mundiales del siglo XXI: China y Japón.
Un nuevo Estadio Nacional, motivo de alegría y esperanza, y un terremoto, causante de tristeza y desolación; ambos hechos, impulsores de hondos sentimientos encontrados, aquí cerca, en San José, y allá, en la Tierra del Sol Naciente, a miles de kilómetros de distancia, nos muestran las grandes lecciones derivadas de realidades diametralmente distintas que, aunque ubicadas en polos antagónicos del espectro de sentimientos humanos, reflejan, desde diversas ópticas, lo mejor de una cultura milenaria como la asiática.
Bajo riesgo de caerles mal por la comparación realizada, pues sé que les molesta nuestra salida fácil de generalizar llamándolos a todos “chinos”, aunque difieran sus hábitos, gustos, comidas y costumbres, en esta ocasión, con el perdón de ellos, debo destacar un rasgo en común que ha quedado, hoy más que nunca, al descubierto, tras sobrevenir estos dos grandes acontecimientos mencionados al principio que sin duda marcarán la historia de sus protagonistas.
Me refiero a la tenacidad, valentía, orgullo y fervor nacionalista que distingue, en las buenas y en las malas, a dos dignos representantes del gran poderío oriental. El mismo que dejan plasmado en cada una de sus acciones, ya sea en su tierra, levantándose de los escombros a base de esfuerzo, orden y lucha incesante, o aquí, a través del Ejército de hombres de rojo que, como hormigas en plena faena, construyeron, rápida y eficientemente, un coloso de primer nivel, reflejo de la capacidad de organización y trabajo en equipo que los caracteriza.
Queda demostrado que sus ojos rasgados no son obstáculo para tener visión y un sentido pragmático de las cosas que, pese a algunas tareas pendientes en materia de política y derechos humanos, –en el caso de China- deben convertirse en referentes obligado para sus similares de otras latitudes, especialmente en Latinoamérica, donde varios países, incluido el nuestro, aún no encuentran el camino al desarrollo.
Conocedores de nuestra arraigada tendencia a emular corrientes extranjeras, yo creo que ya es hora de dejar de mirar tanto a Occidente y fijarnos más en lo que están haciendo en este otro rincón del planeta para, a paso veloz y firme, sin mucho autobombo, avanzar decididos hacia mejores derroteros. Puede que surjan obstáculos en el camino, como la naturaleza se encargó de demostrar en Japón, pero algo que me dice que ni siquiera eso los desbancará de su lugar de privilegio en el concierto mundial de naciones.
Lo hicieron después del desastre nuclear de Hiroshima y Nagasaki, con la ayuda de mentes visionarias, como la del filósofo y experto en calidad, Karou Ishikawa, que marcaron el inicio de una ruta ascendente de éxito y progreso. Estoy seguro que esta vez, en medio de otro revés de grandes proporciones, no será la excepción.
De hecho ya lo comenzamos a ver, según pude constatar en un artículo publicado recientemente en internet. Zonas devastadas que comienzan a recuperar algunas infraestructuras esenciales como carreteras, puertos y aeropuertos, la restauración del suministro eléctrico, la reanudación del servicio del “Shinkansen” o tren bala japonés y el comercio volviendo a la normalidad lo antes posible son algunos de los paulatinos pero significativos esfuerzos que realizan para reponerse de la adversidad.
Y eso se presenta tres semanas después de que medio país fuera afectado por la peor catástrofe natural de su historia y la mayor hecatombe de la posguerra nipona. Mientras tanto aquí, en Costa Rica, seguimos batallando con el famoso puente de la platina. ¡Tenemos tanto que aprender de Oriente!