TAXISTAS PROTESTAN EN COSTA RICA CONTRA EL SERVICIO DE UBER

Siempre he respetado mucho a los taxistas. Eso de manejar todo el día, en medio de presas, huecos, madrazos, pitazos y demás aditivos de nuestras atrofiadas carreteras, no debe ser comida de trompudo, como diría mi abuela. En más de una ocasión me salvaron de llegar tarde a un examen de la U, aún recuerdo las amenas pláticas con que me entretenían de camino y hoy tengo el privilegio de haber entablado una estrecha amistad con uno de ellos.

Por esas y más razones, mi respeto y admiración para ese esmerado y trabajador gremio que, en su mayoría, no tienen la culpa de que, a raíz de los últimos acontecimientos, los traten de vagabundos sinvergüenzas, como si las malas mañas llegaran automáticamente con solo subirse al menospreciado carrito rojo, sin importar el tipo que vaya detrás del volante.

Lo que pasa es que, como en otros ámbitos del sector público, existe una minoría bulliciosa y barriobajera que se encarga de manchar la alicaída imagen de los demás que procuran actuar de buena fe y voluntad. Pero como en este país somos muy dados a las injustas generalizaciones, medimos con la misma vara a todos los miembros de una fuerza roja cada vez más debilitada.

El bochornoso espectáculo del lunes pasado dejó en paños menores a ese despreciable grupito del que hablo. Pueden estar en contra de Uber, del Gobierno, de los diputados y hasta de la llegada de Diego Calvo al Saprissa, pero de eso a que se comporten como verdaderos pachucos, a plena luz del día y en un concurrido y céntrico sector de la capital, hay una diferencia abismal que no hace más que evidenciar lo que verdaderamente son: unos revoltosos, sin causa justa ni razón de ser, en una incesante búsqueda de cualquier pretexto para generar no sólo presas y caos vial, sino temor, inestabilidad, violencia, entre otras amenazas a nuestra institucionalidad.

A como veo de agitada la cosa, con el anuncio de una nueva manifestación, cada vez guardo menos esperanza de que podamos llegar a algún arreglo en la mesa de diálogo, armados con una alta dosis de prudencia y sentido de negociación, y no con huevos y piedras al estilo de los gamberros del Fello Meza. Si bien todos nos vemos perjudicados en situaciones de huelga, tortuguismo y matonería, aquí el principal afectado es precisamente el que busca defenderse; es decir, los taxistas. Si de por si nunca han gozado de muy buena fama, ahora, con mucho menos razón, lo cual, contrario a su intención original, no hace más que aumentar la popularidad y el caudal de usuarios de Uber (En río revuelto…)

No sé quién estará asesorando a los taxistas o si son simples pataletas de ahogado frente al tiburón gigante que los acecha, pero la verdad es que el gremio se está hundiendo solito. Con o sin Uber, la sentencia para los taxistas está prácticamente dictada, a no ser que reaccionen ya a la altura de las difíciles circunstancias que enfrentan y se esmeren en limpiar la torpedeada imagen colectiva que se cierne sobre todos ellos, sean buenos, malos o pésimos.

En términos de aceptación popular, no hay cabida para las medias tintas ni las contemplaciones. O los queremos a todos o los odiamos a todos. Así de cruel e inapelable es el mandato popular.  No me imagino a un usuario abordando un taxista y preguntándole antes de subirse: “disculpe señor, ¿usted es de los que sólo en huelgas se la tira? Porque si es así, no me monto.” ¡Qué difícil para los choferes honrados quitarse ese estigma!

Bueno, tal vez si en lugar de preocuparse tanto por si Uber viene o va, enfocaran sus esfuerzos y recursos en satisfacer las expectativas del exigente usuario actual, mediante capacitaciones en servicio al cliente, renovando las unidades, brindando un buen trato y nunca negando una carrera -sea este a la Conchinchina o donde el pulpero de la esquina-, otro gallo cantaría.

¿Qué todo eso cuesta plata y no tienen por estar pagando marchamo, Riteve, seguros, cánones y demás gastos que no tienen sus indeseables colegas de Uber? Curioso que no puedan invertir en la mejora y depuración del servicio pero que sí se den el lujo de perder un día de trabajo y comprar un montón de huevos para lanzarlos a sus colegas a la velocidad de una María alterada. Ya entiendo por qué Uber sigue ganando adeptos. No es culpa del Gobierno ni de la competencia, sino de algunos taxistas «huevones» que ya ni entre ellos mismos se quieren.