Argentina vs Portugal - International Friendly

Si la misma pregunta la hiciéramos hoy, cuando aún tenemos frescas las imágenes de la multitudinaria celebración por las calles de Lisboa, tal vez más de uno respondería sin pensarlo dos veces: Cristiano Ronaldo es mejor que Messi.

Pero viendo más allá de la simple estadística, nos daríamos cuenta que los ídolos deportivos –y de cualquier otro ámbito- constantemente nos brindan valiosas enseñanzas que nos instruyen y aleccionan más que la fría e inerte cuantificación de quién tiene más goles, campeonatos mundiales, títulos de liga, etc.

Dejando de lado los números por un momento y enfocándonos en lo que para muchos pasó inadvertido por estar pensando en que Ronaldo ya ganó algo con su selección y Messi no, quisiera detenerme a reflexionar sobre lo ocurrido precisamente en los dos partidos más cruciales para ambos en los recién concluidos torneos continentales: la Copa América Centenario y el Eurocopa 2016.

Ambos rieron por llegar a la final y también lloraron. Aunque el llanto de Messi es probable que aún lo sorprenda por las noches al repasar el fallo decisivo en la tanda de penales, el de Ronaldo fue pasajero y cambiante, primero de tristeza por abandonar lesionado a su selección en el momento más crítico, y luego de felicidad, al ser proclamado campeón de Europa.

Sin embargo, si observamos con detenimiento la estampa de Messi postrado sobre el césped, lamentando un nuevo fiasco con la albiceleste, nos daremos cuenta que detrás de esa imagen del astro argentino, sufriendo en silencio y soledad, hay una verdad irrefutable: hasta los más grandes, en algún momento, tienen que caer para reafirmar su grandeza o convencerse de que solos no pueden.

Una de las cualidades del líder es inspirar a los demás para que lo sigan, lo emulen, o se unan a la causa para alcanzar un objetivo en común. Pero si sobre la marcha, sus aliados lo abandonan a su suerte y lo responsabilizan de todo lo bueno o malo que pase rumbo a la meta, sucede lo que todos vimos: el líder falla y con él, todos los demás, que confiaron a ciegas en su capacidad, pero no le ayudaron a salir triunfante: ¿verdad Higuaín, verdad Kun Agüero? Con lo ocurrido a la selección albiceleste, queda claro que en el fútbol no gana el que más figuras tiene sino el que logra amalgamar una verdadera estrategia de trabajo en equipo. ¿O creen que Maradona hubiera ganado lo que ganó, sin Caniggia, o sin los Jorges (Valdano o Burruchaga)?

Con Messi ocurrió lo obvio. Por más que se le “endiose” o se le etiquete de “extraterrestre” demostró su fragilidad humana. En su natural y auténtica imperfección, simplemente no aguantó la presión y fracasó, o más bien, fracasaron todos. ¿Acaso esto lo convierte en un mal jugador y anula todas sus hazañas y goles de antología? Responder afirmativamente sería una colosal injusticia. Si logra canalizar bien su actual frustración, no hay duda de que saldrá fortalecido y, con genuina sed de revancha, volverá a la Selección para propinar un golpe de autoridad en Rusia. Si así fuera Lio, ¡bendita la hora en que botaste ese penal!

Ahora, saltando del Metlife Stadium, en New Jersey, al Saint-Denis, en París, vemos también cómo en este último escenario también tuvo lugar una gran lección que trasciende el aspecto meramente táctico del fútbol y que podemos resumir de la siguiente manera: el líder inspira tanto dentro como fuera de la cancha. Sin su estrella indiscutible, CR7, Portugal parecía destinado a la derrota frente a los embates de un cuadro galo comandado por dos artilleros letales como Payet y Griezmann. En la teoría y, a juzgar por lo visto en los anteriores encuentros, pocos se hubieran atrevido a apostar por una hombrada lusitana… y al final, sucedió lo impensable. Ganó Portugal y se coronó campeón, sin Cristiano Ronaldo, lo cual reviste de mayor heroísmo el mérito alcanzado. Ronaldo no estaba en cuerpo presente sobre el rectángulo de juego, pero lo vimos derrochando liderazgo en otra trinchera muy distinta a la acostumbrada: en el banquillo, donde saltaba, gritaba, gesticulaba y casi opacaba al mismo director técnico.

¿Habría siempre ganado Portugal, de haber estado presente Ronaldo? Esa fue una pregunta que se hacían algunos comentaristas al cierre del encuentro, provocando la suspicacia y dudas de más de un mal pensado. Pero como ya no vale la pena divagar en escenarios hipotéticos, lo que yo me atrevería a decir, con absoluta certeza, es que el conjunto portugués vio en la ausencia de su capitán la oportunidad de hacer lo que precisamente no hizo Argentina: trabajar en equipo y demostrar que en el fútbol, más allá de nombres, lo que importa es el aporte, la convicción y la excelencia de cada una de las partes que conforman un grupo, guiado, por supuesto, por los actos y palabras de un líder ejemplar que no necesita estar presente para figurar ni dejar que otros figuren.

Messi y Cristiano Ronaldo, los mejores del mundo, dos grandes líderes, con dos grandes enseñanzas, en dos circunstancias totalmente antagónicas. Uno llora y el otro celebra, pero ambos aleccionan, para el fútbol… y para la vida.