Foto tomada de dw.com / Reuters

Hace unos días escribí alabando al presidente saliente de Estados Unidos y hoy, las circunstancias me obligan, a hacer totalmente lo contrario con el presidente entrante.

No se puede hacer otra cosa que criticar la posición dogmática y xenofóbica de un empresario metido a mal político para quien la raíz de todas las desgracias es todo aquel de tez morena que hable español o use barba y turbante. ¿Habrá alguna vez pasado por la escuela para que le enseñaran el aporte de múltiples foráneos a la construcción del país que hoy preside?

No creo que lo sepa ni que le importe tampoco. Para Donald Trump, los únicos buenos de la película son los gringuitos puros, machitos y de ojos verdes. Todos los demás somos violadores, asesinos o narcotraficantes. Solo lo made in USA vale la pena; el resto son puras baratijas de tiendas de $0.99.

En su lógica simplista, de un mundo blanco y negro –aunque él preferiría que todos fuéramos blancos- no existen los puntos intermedios ni los matices que enriquecen el complejo entramado de una realidad de colores, etnias e ideologías. No. Los hay buenos y malos. Punto. Y los primeros están en Estados Unidos y los segundos vienen de afuera. Así de simple y de absurdo.

Por eso, a fin de evitar que los malos contagien de sus mañas a los buenos, hay que construir un muro fronterizo para que no entren. Fácil de entender, ¿no? Claro, hasta para un niño de preescolar. El problema es que ese razonamiento limitado e infantil –el cual hace extensivo a las demás áreas del conocimiento- es el que utiliza para abordar un problema multifactorial que no puede ser resuelto con medidas que rayan en lo surrealista.

Lo peor es que su primitivo y arcaico sistema de control fronterizo lo anuncia haciendo uso de las nuevas tecnologías de comunicación. «Planeamos un gran día para la SEGURIDAD NACIONAL. Entre muchas otras cosas, ¡construiremos el muro!», escribió Trump en Twitter, pocas horas de confirmar que su promesa de campaña va en serio.

Es solo una de las tantas contradicciones de un ocurrente personaje que hasta en pequeños detalles como esos deja entrever una ignorancia que se le queda corta a la par del muro de 3.200 kilómetros que blindará, según él, toda la frontera sur ante el acecho de inmigrantes indeseables… o sea, todos.

Lástima que no aplica el mismo criterio tecnológico para otros asuntos más importantes que mandar un Tweet. Si los muros fueran la solución, nosotros ya hace tiempo hubiésemos construido uno allá en la Zona Norte. O México hubiera hecho lo propio en la frontera con Guatemala y así sucesivamente todos los países del mundo interesados en impedir el ingreso de indocumentados.

Pensar en estos tiempos de integración y acelerados avances científicos que una tapia va a detener a miles de personas, buenas o malas –algunas de ellas acostumbras a sortear todo tipo de barreras físicas y emocionales- resulta iluso y peligroso. Iluso porque, en primer lugar, en el límite sur estadounidense ya existen tramos amurallados que no han frenado el flujo migratorio de hispanos, mucho menos en una era de avanzada como la actual donde abundan drones, túneles, rampas, y sistemas de vigilancia, transporte y comunicación que hacen de la “huge wall” una obra inútil y accesoria. Los narcotraficantes modernos deben estar muertos de risa.

Y arriesgado porque, en definitiva, la descabellada medida de Trump no haría más que atizar la hoguera del sentimiento antiestadounidense que pulula por el mundo entero y no sólo entre los siete países de mayoría musulmana cuyos habitantes fueron declarados non gratos, sean terroristas o no.

En una coyuntura, en la que la máxima debería ser construir puentes de hermandad entre naciones, él se obsesiona en dividir y enemistar recurriendo a sus aberrantes falacias de generalización. Y aún tiene el descaro de decir que las relaciones entre su país y México van a mejorar. ¿En qué cabeza? Solo en la de blanca cabellera de este testarudo señor que promueve el aislamiento de un país que se había caracterizado por ser un estandarte de la apertura y la globalización.

“Vamos a salvar miles de vidas, millones de trabajos y miles y miles de millones de dólares”, responde él, en una clara muestra de que si el odio empaña la razón… la ignorancia, la destruye por completo. Trump está demostrando que tiene ambas… y de sobra. ¡Que Dios nos proteja!