Foto de AP.  Tomada de Lahora.gt

Aunque Guatemala es mi segunda patria –viví cinco años allá-, si pudiera tener una tercera sin salir de Centroamérica, esa, en definitiva, sería Nicaragua.

Por diversos motivos, le guardo mucho cariño y agradecimiento a los habitantes de la nación hermana. Más allá de que prácticamente convivimos a diario con ellos, en la calle, el barrio o el trabajo, hay razones muy personales que me llevan a tenerles aún más aprecio y solidarizarme en estos momentos de tensión.

Una mujer procedente de la tierra de Rubén Darío laboró como empleada doméstica en la casa de mis abuelos. Ella, de nombre Paulina (qdDg), estuvo a su lado en los tiempos más difíciles e incluso fue la primera en consolarme al enterarnos del fallecimiento de mi abuelo, tras 12 años viviendo con él bajo el mismo techo.

Durante esa misma época, tuve un jefe nicaragüense durante mis años de trabajo en una reconocida empresa transnacional. Y para todos con los que he interactuado a lo largo de mi vida, sin distingo de edad o clase social, no tengo más que palabras de admiración y respeto.

Trato justo

Es por esa cercanía, no solo física, sino afectiva, que me duele profundamente lo que está ocurriendo en Nicaragua, tanto como si todos esos hechos de violencia e inestabilidad social que nos llegan vía redes sociales –porque ni siquiera la prensa puede hacer su trabajo- estuvieran sucediendo en el propio patio de nuestra casa.

Y pensándolo bien, la metáfora no dista mucho de poder tomarse literal, considerando que casi todo lo que pasa en el país vecino tiene un efecto directo en el nuestro, sobre todo en estos tiempos de incertidumbre que no harán más que reforzar la imperiosa necesidad de muchos de emigrar en busca de mejor vida.

No podemos culparlos. Cualquiera, en su lugar, haría lo mismo, como lo han hecho muchos venezolanos, colombianos, entre otros. Podemos tener varios defectos como sociedad, pero si algo no se nos puede criticar es del trato justo y hospitalario que, una gran mayoría, brindamos al extranjero necesitado. A pesar de que terminamos la pasada campaña electoral pensando lo contrario, es hora de demostrar que no comulgamos con la intolerancia ni la discriminación, en ninguna de sus manifestaciones.

Aunque los gobernantes nicaragüenses no lo agradezcan y nos manden a callar y a no meternos en lo que no nos importa, estoy seguro que el pueblo nicaragüense sí es agradecido y valora toda la ayuda y muestras de solidaridad recibidas. Es lo mínimo que podemos hacer ante una nación entera que sufre.

Una víctima más

Al final, sus ciudadanos son una víctima más de los desvaríos de la pareja de megalómanos que los conduce. Así como nosotros lo hemos sido –pleito del Río San Juan, invasión a Isla Calero, por citar algunos conflictos recientes-, ellos también y desde hace más de 10 años.  ¡Qué suplicio! Más bien, habían tardado mucho en despertar y enfrentar a Daniel Ortega, a su extravagante esposa y demás bandoleros al servicio de la dictadura sandinista.

Esto de las pensiones no es más que el último eslabón de una larga cadena de desatinos que ha colmado la paciencia de una sociedad plagada de flagelos sociales y económicos. Es como se dice, perdonando el lugar común, la gota que derramó el vaso.

Tuve la oportunidad de visitar Managua hace tres años y observé una ciudad moderna, limpia y segura.  Hoy, viéndolo en retrospectiva, llego a la conclusión de que todo lo bonito que había, como el remozamiento de parques públicos y el capricho millonario de los árboles de la vida, no eran más que una simple mampara para esconder la podredumbre, la corrupción y el cinismo de un régimen autoritario que lleva más de una década sirviéndose y no sirviendo… para nada.

Me duele mucho lo que ocurre en Nicaragua, un país al que le ha costado en demasía la transición a la democracia. Pero, por el otro, me alegra saber que hay sectores sociales, como la juventud, alzando la voz en contra de ese sátrapa que los desgobierna a su completo antojo y beneficio.

Es un precio muy caro el que están pagando; sin embargo, la recompensa por la que están luchando no es barata. Soy optimista y quiero pensar que pronto amanecerá al otro lado de la frontera.  Por la señora que trabajó en la casa de mis abuelos, mi exjefe y el futuro de todos sus compatriotas, Nicaragua, Nicaragüita merece recibir como prenda de amor esa ansiada libertad que finalmente los haga florecer.