El mundo se va a acabar el día después de que salga publicado este artículo. No se asuste, la verdad no sé si será cierto o no, sólo lo digo para estar a tono con esa flamante moda “harrypoteriana” de lanzar vaticinios sobre el inminente juicio final, y también como consuelo al saber que por lo menos las neuronas que gasté en la víspera escribiendo estas líneas hayan valido la pena y tal vez me vaya un poco más livianito para el otro lado.

Como si no tuviéramos suficiente con el mentado Jesucristo Hombre, ahora nos sale un tal gringo llamado Harold Camping, de profesión ingeniero civil, quien seguramente decepcionado por la pifia que tuvo en 1994 cuando infructuosamente predijo para ese año el final de nuestros días, ahora vuelve al ruedo, anunciando, sin el menor asomo de vergüenza, que la historia de la vida humana llega a su último capítulo, sin posibilidad de reprise, el próximo 21 de mayo.

Nos advierte que “Los cuerpos de los que no se salvarán serán lanzados sobre estiércol y arena, y sus restos se desintegrarán de la vergüenza ante los ojos de Dios; serán comidos por los gusanos y los animales. Cualquiera que quede vivo será aniquilado por el fuego y nunca más será recordado…” Mejor, ni Stephen King, el célebre escritor estadounidense de novelas de terror.

¡No puede ser, y tan bonito que se está poniendo esto!, diría mi abuela. ¿Qué será? ¿Que en Estados Unidos ya no hay trabajo en ingeniería? A veces no sé si la famosa crisis es económica o mental. De la primera parece que nos estamos recuperando, de la segunda, yo creo que apenas empezamos. Uno que todo se acaba en el 2012, otro que el 21 de mayo del 2011. ¿Quién da más? Lo peor es que lo dicen con un grado de convicción que cualquiera diría que el perturbado mental es uno al dudar de la veracidad de sus aseveraciones.  Bien lo aseguró en algún momento Edgar Allan Poe: “Cuando un loco parece completamente sensato, es ya el momento de ponerle la camisa de fuerza.”

En fin, cada mente es un mundo y, si en aras de reivindicar el valor supremo de la libertad de expresión en estos tiempos modernos de comunicación sin fronteras, a más de uno le pica la lengua por decir todo lo que piensa,  sin importar lo absurdo que sea, está en todo su derecho de hacerlo y los demás de aceptarlo, rechazarlo o simplemente ignorarlo, aunque tal parece que muchos se inclinan por la primera opción.

Porque seamos sinceros, si ellos no tuvieron adeptos ni gozaran de tanta publicidad, de seguro su falta de reconocimiento y de recursos los tendría relegados al olvido, quizás bajo estricta vigilancia médica en algún Hospital Pisquiátrico. Aún así no creo que lleguen muy lejos, en realidad se trata de una fama pasajera cosechada a raíz de la explosión mediática de un tema polémico que siempre despierta pasiones y posiciones encontradas.

Recordemos que desde tiempos inmemoriales, nunca han faltado voces clarividentes que se arrogan la capacidad mental de develar los intrincados misterios de lo incierto, escudriñando en los colores del aura, las líneas de la mano o los simbolismos del Tarot. Allá quienes crean más en el poder de la bola de cristal que de la mano de Dios para encontrar la respuesta a sus males.

Se salvan de que en este país hay gente para todo, porque conmigo ya se hubiesen  muerto de hambre. La verdad yo no daría un cinco para que me lean mis designios. ¿Y si me dan una mala noticia? Es capaz que ahí mismo quedo “listo” sin necesidad de esperarme a la llegada del día de mi fatal presagio. No, la verdad es que prefiero quedarme con ese sentimiento de incertidumbre que le pone emoción a este asunto. Mejor vivir el hoy sin preocuparse tanto por  un mañana que no sabemos si irá a llegar antes o después del 21 de mayo del 2011, 2050 o 2087.

Para mí, todo responde, aparte de a un rentable negocio psicológico, en el que muchos caen redonditos, a una confesa incapacidad para adaptarse a los cambios de los nuevos tiempos. Si fuera cierto, como anuncian algunos, que los terremotos, las epidemias y los tsunamis son un aviso de que el final está cerca, hace rato habríamos desparecido, quizás desde tiempos de las plagas de Egipto o la peste bubónica en Europa medieval. La era moderna, con su globalización, multiculturalidad y nuevas tecnologías, arrastra a algunas personas hacia un sentimiento de pérdida de control frente a circunstancias impredecibles que les impulsa a buscar donde sea y con quien sea respuestas a sus más íntimos temores.

 Jesús habló de que “vendrán falsos mesías y falsos profetas; y harán grandes señales y milagros, para engañar a ser posible, hasta a los que Dios mismo ha escogido”. Tal parece que la espera se acabó. Estamos avisados.