Corriendo el riesgo de ser tildado de lame tacones, hoy me aventuraré a defender lo que a ojos de muchos es indefendible: la actuación de la Presidenta en  la narconovela del viaje a Venezuela y Perú en un avión de dudosa reputación propiedad de un empresario ligado a un famoso capo de la droga. Es más, pensándolo bien, no es tanto defender ni justificar sino más bien entender lo ocurrido. Reconozco en doña Laura Chinchilla una mujer que, a lo largo de su gestión, si bien ha incurrido en reiterados yerros, en lo que respecta al tema en cuestión, más que un desliz de su exclusiva responsabilidad, considero que, al igual que otras veces, fue inducida al error o como diríamos en buen tico, la embarcaron. Así de sencillo.

Lo que no es tan sencillo es la naturaleza de la embarcada. No es una cualquiera, es de esas, de grandes proporciones, que definitivamente no puede pasar desapercibida dada su procedencia: su íntimo círculo de colaboradores encargados de velar por su cuido y protección, que simplemente le fallaron, lo cual sin duda es imperdonable y merece sanción. Punto. No hay nada más que discutir. El acto genera una pérdida de confianza que hace incompatible la permanencia y desemboca, tal y como sucedió, en un remezón de Gabinete, con bajas sensibles incluidas.

En materia de seguridad presidencial e inteligencia nacional no hay margen para el error. Es de las pocas funciones donde no se vale equivocarse; es un lujo que no se puede permitir, a sabiendas que el más mínimo descuido puede traerse abajo la reputación de un país entero y lo que es peor comprometer seriamente la vida y el honor de la máxima autoridad de la nación. Imagínense, por un momento, qué hubiera pasado si algo, por más mínimo que fuese, habría fallado en el histórico operativo de seguridad relacionado con la visita del presidente de Estados Unidos, Barack Obama? Aparte del papelón protagonizado por el país, es probable que muchas cabezas a lo interno del Servicio Secreto hubieran rodado jardines afuera de la Casa Blanca.

Se sabe que un descuido a ese nivel y sobre todo cuando se trata del Presidente de una máxima potencia, puede ser letal. Vean lo que pasó con el expresidente John F Kennedy. Gracias a Dios aquí no hemos llegado a lamentar el atentado contra ningún mandatario pero lo que queda claro es que cuando la seguridad nacional es transgredida estamos expuestos a cualquier barbaridad y he ahí lo grave del asunto.

La presidenta no puede cuidarse sola; además, tiene cosas mucho más importantes en qué pensar como para detenerse a reparar en la procedencia de la carreta, el carro o el avión que le va a transportar. Para ese tipo de pequeños grandes detalles tiene precisamente a las autoridades de la Dirección de Inteligencia y Seguridad (DIS). Esta institución, como responsable principal de la seguridad presidencial, debió estar alerta y anticiparse a los hechos que probablemente nunca hubiésemos conocido de no ser por las denuncias de la prensa nacional.

De lo contrario, nadie se da cuenta de nada y aquí paz y en el cielo… que siga el relajo. Pero afortunadamente se destapó a tiempo el tamal, esperando que este escándalo sea la excepción a la regla nacional de los tres días de duración y después… al olvido. A como pinta la cosa, con una empresa de cuya existencia no se tiene certeza legal, un futbolista metido a mediador de empresarios cuestionados y un Servicio de Inteligencia que de inteligente solo tiene el nombre, parece que estamos frente a la punta del iceberg de un suceso que traerá cola y ojalá que cambios drásticos.

La renuncia de los funcionarios públicos envueltos en este oscuro capítulo en la historia reciente del país constituía una necesidad y un deber moral frente a la Presidenta y a la sociedad en general. Pero no se puede quedar ahí. Hay muchas preguntas aún en el aire (por ejemplo: quién fue el enlace de la empresa proveedora del servicio y el Gobierno) que se deben responder para ver muestras de un verdadero propósito de enmienda. De nada vale lamentar y condenar, si ese sentimiento no viene acompañado de acciones claras y contundentes que se traduzcan en una transformación sustancial de nuestro frágil aparato de seguridad

En buena hora la Presidenta solicita al nuevo Director de la DIS, Celso Gamboa, iniciar una revisión exhaustiva de los protocolos de seguridad empleados por esa institución. Lo más preocupante aquí es cuántos otros golazos nos han metido que han pasado inadvertidos ante la opinión pública debido a las deficiencias de nuestro Cuerpo de Inteligencia para detectarlas a tiempo. Esta vez fue un avión,  no sabemos que otros hechos aún más graves pueden presentarse o se han presentado ante la falta de medidas correctivas. Pero que quede claro, que la responsabilidad de eso no recae sobre la Presidenta, quien en este caso fue víctima directa de la omisión de sus colaboradores. Seamos claros. La Presidenta puede subirse a un avión del mismísimo Señor de los Cielos que no tiene por qué saberlo.  Son otros los llamados a alertarla y a pagar las consecuencias de sus actos cuando fallan. Ya es hora de que cada palo aguante su vela.