Cayó el telón de la Gran Carpa en el Clásico de Otoño. Se cierra un capítulo más del deporte de los bates y los guantes con la proclamación de los Cardenales de San Luis como dueños absolutos del título de la Serie Mundial 2011 del Béisbol de las Grandes Ligas. Atrás quedaron los maderos calientes de sus protagonistas, las joyitas a la defensiva, las carreras, los errores y las jugadas polémicas que engloban los siete juegos decisivos que paralizan a Estados Unidos y más allá de sus fronteras.

Con el perdón de los futboleros, le llaman el deporte rey y con toda razón. Esta recién finalizada temporada se encargó de confirmarlo. ¡Cuánta emoción, cuánto drama se puede vivir en un diamante! Fiel ejemplo de ello fue el sexto partido de la Serie donde al menos en mi caso parecía estar viendo a la Selección jugando la final del Mundial. Sentado, de pie, y hasta de rodillas, permanecía hipnotizado frente a la pantalla sin perder detalle del encuentro. Gritaba, pegaba brincos, agitaba el brazo al estilo couch de tercera, alentando a los peloteros de los Cardenales de San Luis… en fin, pocas veces había vivido un partido así, a pesar de que el vínculo más cercano que tengo con San Luis es únicamente un primo que lleva ese nombre.

Y aunque soy seguidor de los Medias Rojas de Boston eso no me impide, que ante la ausencia de mi favorito, cada otoño me identifique con alguna las novenas en disputa. Ya llevo dos años invicto. La temporada pasada me puse la camiseta de los Gigantes de San Francisco y esta vez les tocó el turno a los Cardenales, cuya nómina plagada de figuras latinas aumentó mi afición hacia los pájaros rojos. Qué tipo más pancista, dirán ustedes, pero la verdad es que esa es la mejor forma de disfrutar del Clásico de Otoño. Ni siquiera el fútbol ni los partidos de mi glorioso Deportivo Saprissa logran desviar mi atención, la cual, durante el mes de octubre, es exclusiva para la Serie Mundial.

La verdad es que el béisbol se las trae. Pocos deportes despiertan tantas pasiones y pocos también lo entienden. Que es lento, aburrido, casi ni se suda y se limita a ver a un poco de hombres en pijama, algunos panzones, que a ratos batean y corren y el resto del tiempo se la pasan mascando tabaco y escupiendo. Invito a quienes piensan así que se tomen el tiempo de entenderlo.  Tal vez en algún momento yo pensé lo mismo y probablemente algo así me pasaría si me ponen a ver un partido de fútbol americano. ¡Qué fácil es juzgar lo que no se conoce!

Pero, hoy, que ya aprendí a tomarle el gusto, admito que soy casi igual de fiebre que Tano Pandolfo (reconocido periodista deportivo nacional). En octubre, no solo del mal tiempo se habla. También de béisbol. Aunque sean pocos los amigos y conocidos con los que pueda hacerlo, pues con el que podía ya no está. A él le debo precisamente mi afición hacia el deporte rey. Debo confesar que aparte de tratarse de un juego de muchas emociones juntas, personalmente existe un vínculo afectivo que me hace disfrutar más de los cuadrangulares y las carreras. De otra manera es difícil explicarse cómo alguien que casi nunca “postea” comentarios en el facebook, de repente se vuelve un asiduo usuario pero exclusivamente para hablar de lo que sucede bajo la Gran Carpa.

Un excompañero de colegio y uno de mis mejores amigos de Guatemala me inculcó el gusto por el “beis”. Varias veces lo fui a ver jugar, aprendí a su lado los fundamentos básicos, de vez en cuando nos poníamos a pelotear en la calle o en el parque, y hasta fuimos compañeros en un equipo donde descubrí que el mejor puesto que desempeño es el de espectador. Nunca desaprovecho la oportunidad para, cada mes de octubre, recordar esos viejos tiempos de colegio y de paso honrar la memoria del amigo que ya no está entre nosotros pero que me dejó una gran herencia: la “fiebre beisbolera”. ¡Hasta el próximo Clásico de Otoño!