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La final de hoy tendrá de todo menos una cosa. Habrá emoción, entrega, pasión, pundonor, orgullo y sed de victoria. Pero lo que más va hacer falta, sin duda alguna, en ese primer partido transmitido por canal 6, es la voz de nuestro querido Manuel Antonio «Pilo» Obando. Aunque tenía tiempo de no narrar, los fiebres siempre guardábamos la esperanza de que en algún momento volviera a resonar su popular zapatazo. Más, no se pudo. Dios tenía otros planes para él en las cabinas celestiales de transmisión.

Por lo tanto, ante la llegada de un encuentro tan trascendental como el de hoy, aunado a la cercanía del Mundial Brasil 2014, a todos los aficionados del fútbol, independientemente de su color de camiseta, nos invade la nostalgia al caer en cuenta que ya no lo tenemos al otro lado de la pantalla, haciéndonos vibrar de emoción o arrancándonos carcajadas con su particular estilo de narración, amado por unos, odiado por otros, pero indiferente para casi nadie. Y no es que los que le sobrevivan sean malos porque en Costa Rica afortunadamente tenemos relatores de altura sin nada que envidiarles a otros grandes internacionales de este oficio como el Perro Bermúdez o Luis Omar Tapia.

Lo que nos hará extrañarlo más es el toque y sazón personal que le ponía a los partidos, al punto que uno no sabía si estaba presenciando un partido de la liga española, un show humorístico o una amena tertulia de amigos en una mesa de tragos. Él tenía la capacidad de combinar las tres cosas: profesionalismo, sentido del humor y sencillez. No andaba con falses poses ni máscaras. Frente a las cámaras y fuera de ellas, siempre fue Pilo: auténtico, humilde, accesible, un labriego sencillo que salió de Cartago para forjarse una intachable trayectoria en el fútbol y más allá. Lo vimos y escuchamos también haciendo de las suyas en otras disciplinas, en la radio, en las corridas de toros y hasta en el mundo de los negocios. Sin importar la trinchera donde se encontrara, siempre fue el mismo, coloquial, chistoso, dicharachero y a veces medio regañón.

Más de un jugador salió “trapeado” por el propio Pilo cuando botaba un gol o no podía culminar bien una jugada (“Ah no sea tan bárbaro, no centra ni un aro de bicicleta”). Tenía ese don de reírse hasta de sus propios errores, cuando, por ejemplo, no podía pronunciar el apellido de algún jugador, la cambiaba el nombre o lo confundía con otro. No se las tiraba de la perfección con micrófono, como humano que era, no tenía empacho en reconocer sus limitaciones y hasta vacilar con ellas, haciendo de una situación en apariencia incómoda una oportunidad para sacar a relucir su chispa innata. Tenía la virtud de no tomarse la vida tan en serio. En media transmisión, reía, contaba chistes, predicaba, ponía apodos, recordaba anécdotas, en fin, reflejaba en su quehacer la forma de ser del legítimo costarricense de pueblo.

Desde pequeño, cuando comenzaba mi afición por el fútbol y me sentaba a ver los partidos, me llamó la atención su forma tan peculiar de relatar los acontecimientos en el terreno de juego. La mejenga más aburrido se volvía alegre y amena escuchando a Pilo Obando. Nadie se salvaba de su fisga ingeniosa. Ni siquiera más grandes luminarias del fútbol mundial lograban escapar de su fina espontaneidad. Recuerdo cuando al astro argentino Juan Román Riquelme, le cambió el segundo nombre por Ramón. Para evitar las reiteradas confusiones optó por decirle Juancho. O la vez que ingresando Kaká de cambio en un partido de Brasil en un mundial, se soltó con la siguiente joyita: “Ahora si se embarrialó la cancha”. Y así como esas, muchas otras salidas de antología que engalanan los anales de la narración deportiva costarricense. ¡Cuánta falta nos vas a hacer Pilo!

Guardo con aprecio en mi memoria la vez que tuve la oportunidad de saludarlo, cuando visité la soda que administraba en Tibás, frente al periódico Al Día. Lo mejor no era tanto la comida si no el privilegio de ser atendido por ese popular personaje que recibía al comensal con una sonrisa y un don de gentes incomparable. El mismo que horas antes pudo haber estado narrando para todo un país la final de la Champions League, de repente estaba sentado frente a la caja registradora cobrándole a uno el pinto del desayuno. Así era él… simplemente Pilo Obando. Hoy, en el partido, en el mundial de Brasil, y en todo momento, un país entero te extrañará por siempre.