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Frescos y no muy gratos recuerdos guardo en mi memoria cuando hace más de 20 años, recién llegado a vivir a Guatemala, me sorprendió una escena dantesca y horrorosa, totalmente inaudita para alguien procedente de un país con reconocida tradición pacífica y de respeto a los derechos humanos.

A mis escasos 13 años, no entendía muy bien lo que había detrás de aquella transmisión televisiva en la que un pelotón de hombres uniformados disparaba  a quemarropa contra dos sujetos responsables de haber violado y asesinado a una niña. Corría el año de 1996 y se estaba consumando una sentencia más de pena de muerte por fusilamiento.  Si bien, a todas luces, se trataba de un crimen grotesco, me pareció aún peor que el aparato de justicia se prestara para montar un show mediático a costa de vidas ajenas, en un horario en el que los niños de aquel entonces podíamos verlo sin el menor filtro o censura.

Que hoy, dos décadas más tarde, todavía me acuerde de ese deleznable capítulo de la historia judicial moderna guatemalteca es porque, sin duda, fue algo que me marcó. Empero, conforme pasarían los años, sería el acicate para darme cuenta, con ya más raciocinio y discernimiento, que la pena de muerte no es la solución para acabar con la criminalidad en Guatemala –no se aplica desde el 2000- ni en ningún otro país del mundo. Que alguien me diga uno sólo donde esta drástica medida haya probado su eficaz poder disuasivo en el combate de la inseguridad. Más bien, creo que las pocas naciones que inexplicablemente aún la avalan, son mucho más violentos que los que ya la desterraron de su Código Penal. Por una razón muy simple que, por más trillada que suene, no deja de ser cierta: la violencia engendra más violencia.

Si dividimos la era moderna de Guatemala en dos, antes y después de la pena capital, vemos que entre una y otra no hay mucha diferencia, y el país continúa avanzando a paso acelerado por esa senda de muerte que carcome las bases democráticas e institucionales del país, donde ya ni siquiera los llamados a predicar con el ejemplo, respetan las ordenanzas jurídicas. ¿Qué necesitamos para frenar esa espiral de violencia?  ¿Volver a instaurar la pena capital? Ciertos diputados, con la venia del mismo Presidente Jimmy Morales, parecen señalar en esa equivocada dirección. Olvidan que el remedio les puede salir peor que la enfermedad. No creo que ellos, como propulsores de la iniciativa, ni el mismo pueblo guatemalteco quieran enfrascarse en una guerra sin cuartel de semejante envergadura.

La criminalidad es un fenómeno multicausal  y enfocarnos sólo en el aspecto represivo es verter agua dentro de un canasto de mimbre. Nada hacemos con desaparecer criminales, si tras de sí nos dejaron, como cruel herencia, una estela irreparable de sangre y dolor, en una sociedad en descomposición, que propiciará el surgimiento de otros más de similar calaña. ¿Por qué no mejor los abordamos antes de que cometan el delito? Hasta menos doloroso y costoso resultaría para todas las partes involucradas. Es ahí donde entran las políticas públicas de prevención del delito y de reinserción oportuna a la sociedad de los sectores en riesgo.

Con el abordaje actual que, por ejemplo, se presenta en Guatemala estamos dando por un hecho que hay gente que por naturaleza es mala y comete delitos porque le da la gana y entonces debemos pensar cómo castigarlos. Un argumento tan simplista como absurdo. Ahora, si ese fuera el caso, no será mejor dejar que se “pudran” en la cárcel, lidiando a diario con el insoportable peso psicológico de sus actos perversos, contando los días eternos para recobrar su libertad, sin luz, sin agua, sin comida decente, sin el cariño de la familia… Habrase visto mayor tortura.

Ese si es un verdadero castigo. Que salgan listos para reinsertarse a la sociedad, lo dudo, pero esa es otra historia.  El punto es que andan muchos monstruos sueltos que, al ejecutarlos, más bien se les hace un favor. Les importa un bledo la justicia terrenal, menos la divina. ¿Usted cree que una persona que mata a otra, le importa morirse antes, durante o después de la ejecución del delito? Yo no soy experto pero de lo que he aprendido viendo series como Mentes Criminales y CSI, es que si alguien obra de esa manera, es, entre otras cosas, producto de un total y patológico desprecio por la vida, propia y de los demás. Por lo tanto, estar vivo o muerto, es probable que le dé igual.

La única diferencia es que con la inyección letal expirará en cinco minutos, mientras que la conciencia, el arrepentimiento, el karma o, como usted quiera llamarle, lo acompañará por siempre, agobiándolo, exasperándolo y arrastrándolo a una lenta y cruel agonía que finalmente lo matará… en vida. Juzgue usted qué es peor.