Entre más conozco a los políticos de Estados Unidos, más quiero a los nuestros o menos los odio. Al menos acá, por más imperfectos, inútiles y sinvergüenzas que sean, aún no llegamos a los extremos risibles que encontramos al norte del Río Bravo, con algunos personajes que pretenden gobernar el país como si estuvieran jugando Sim City (el famoso videojuego de construcción de ciudades de finales de los 80) u ocupando un papel estelar en la afamada serie western Bonanza.
Al principio, con sus primeras explosiones verbales, lo preví como un imposible o una broma de mal gusto, pero ahora, viendo los resultados del Supermartes y las últimas encuestas, la verdad es que su ascenso al poder no está tan pegado del techo. ¿Cómo y por qué un tipo tan infumable como Donald Trump puede estar a punto de convertirse en candidato oficial a la Presidencia de la mayor potencia mundial? Es una pregunta que aún me tiene en un puro corto circuito mental. Le corresponderá a los expertos descifrar este peligroso enigma que se cierne sobre el panorama político estadounidense.
Yo, por mi parte, desde mi humilde y neófita opinión, lo que puedo decir es lo que ya todo mundo sabe: algo no está bien con los políticos americanos, o, ¿será más bien con el electorado? Y yo que pensaba que George W. Bush era lo más ralito y malito que podía ocupar la Casa Blanca. Ya vemos que con el discurrir impredecible de los hechos se van destapando otras desagradables sorpresas en el Partido Republicano. ¿Qué será? ¿Que nuestros hermanos gringos están hastiados de Obama y su tono diplomático y conciliador? Puede que el negrito haya cometido sus errores pero no creo que sea como para empeñar el futuro de la nación a manos de un magnate inmobiliario que como candidato a la Presidencia es muy buen empresario.
No, ¡ya sé! Le salió competencia a Fishman y ahora la contienda para encontrar al menos malo se trasladó a Estados Undos, donde Trump, Marco Rubio, y Ted Cruz luchan a muerte por adueñarse de tan honroso distintivo de exportación que le mandamos a nuestro principal socio comercial. De momento Trump lleva la delantera, no sólo en ocurrencias, sino también en los resultados del Supermartes y en los sondeos de opinión.
Lincoln y Jefferson deben estarse revolcando en su tumba con sólo mencionarlo. Mientras en algunos países de Sudamérica comienzan a enderezar sus caminos hacia vertientes políticas más moderadas, luego de experimentar por varios años el fracaso de los anquilosados sistemas del mal llamado Socialismo del Siglo XXI, ahora parece que los vientos alisios sureños diseminan la contagiosa plaga hacia el Norte, donde comienzan a aflorar seres populistas ungidos de poder divino para dirigir los rumbos de un país a punta de una sarta de estupideces que nos recuerdan que no estamos solos.
La estrategia electoral de Trump se resume en acciones simples pero en demasía repudiables: ofender, denigrar, crear polémica innecesaria y, para ponerlo en buen tico, hablar paja. Lo más curioso es que entre más tonteras dice más popular se torna. Todo un maestro de la psicología inversa aplicada a la política barata. En definitiva, le hace el pique a su emplumado tocayo de Walt Disney. Ambos hacen llorar, pero este último lo hace de alegría y diversión, en cambio, el otro, de tristeza y decepción. Cada vez que habla la riega más, como dirían los mexicanos. Hay que aplicarle aquello de calladito más bonito o espetarle un sonoro “Por qué no te callas”, segunda parte, cortesía del Rey Juan Carlos.
Mientras eso no suceda, su proceder oportunista, xenofóbico, irrespetuoso e impulsivo parece seguir encantando a las mayorías. ¿Será simple rebeldía o una justifica actitud contestataria frente al establishment de la política tradicional? ¿Será que las posiciones radicales e intolerantes del acaudalado empresario reflejan el sentir generalizado pero anónimo y silencioso de una población cansada de sufrir los embates sociales de una migración sin control?
Esto es lo verdaderamente preocupante. No lo es tanto el que haya individuos, metidos en política o no, que tengan semejantes posturas radicales. Al final de cuentas, nuestra vida en democracia, nos permite ser libres de pensar y decir lo que nos venga en gana. El que haya miembros de una sociedad, supuestamente desarrollada, que se manifieste claramente a favor de las barrabasadas de este señor, eso sí está como para llevarnos a todos los gringos de emergencia al Psiquiátrico. El tiempo se agota. Ya se escuchan los pasos de un gigante en dinero pero ínfimo en cordura para gobernar. ¡Dios nos libre!
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